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La Voz de La Alhóndiganº 5. Abril 2016

Os presentamos la nueva edición de la revista «La Voz de La Alhóndiga», en este caso el ejemplar de Abril de 2016. Dedicado en gran medida a la cultura.

Portada Revista 5 Abril 2016 WEB

Y aquí tenéis la revista para descargar

Revista 5 Abril 2016 WEB

Esperamos, todo el equipo que formamos la revista, que os guste su contenido.

 

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La Voz de La Alhóndiga nº 4

Ponemos a vuestra disposición el número 4 de vuestra revista «La Voz de La Alhóndiga». Se editó en Diciembre de 2015, pero por problemas no se ha podido subir hasta ahora. Esperamos que os guste a todos. Está en formato PDF, en páginas de tamaño Din A4, y os lo podéis descargar. Esta es su portada

 

Revista 4 - Diciembre 2015 - Portada

 

Y aquí el enlace de la revista en PDF

Revista 4 – Diciembre 2015 web

 

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La Voz de La Alhóndiga. Revista Nº 3. Edición Junio

Os presentamos la revista Nº 3 de «La Voz de La Alhóndiga», del mes de Junio de 2015. Está en formato PDF para que la podáis descargar e imprimir.

Intentamos mostraros las cosas que se hacen en el barrio de La Alhóndiga, así como en el resto del municipio.

Seguimos apoyando la cultura y podéis ver diferentes textos, tanto en prosa como en verso, para que disfrutéis de la lectura en estos días de vacaciones.

Esperemos que os guste.

Revista Junio WEB

Revista Junio 

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Revista La Voz de La Alhóndiga nº 2. Edición mes de Abril de 2015

Os Presentamos la revista Nº 2 de «La Voz de La Alhóndiga», del mes de abril de 2015.

La Portada de la revista es la siguiente: Si os apetece leerla aquí os la ponemos en formato PDF:

Portada Revista Edicion de Abril

Revista edición abril web

Los temas tratados son variopintos y como podéis ver hacemos mención a casi todo lo que se hace en el Centro Cívico, pero también hablamos de otros muchos temas.

Estamos a vuestra disposición para lo que necesitéis.

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VII Muestra de Teatro de Aficionado de Getafe

     Como ya sabéis ha empezado la VII edición de Teatro aficionado de Getafe. Este fin de semana se representan en el Centro Cívico de La Alhóndiga

Zorongo teatro Bétera Valencia  la obra de teatro «Mama??», el sábado a las seis de la tarde por la Compañía Zorongo Teatro de Bétera Valencia,

cartel Iérbola El juglar del sur

 y el domingo la actuación de Iérbola Getafe con su obra «El juglar del Sur», también a las seis de la tarde.

   Para poder acceder es necesario recoger la invitación pertinente antes de las representaciones. Solo hay 180 localidades.

   Ya seFoto Lacasa de Bernarda Alba El espantapajaros pudo ver el pasado sábado 17 la primera de las obras, en este caso una versión de «La casa de Bernarda Alba», de Federico García Lorca, por la Compañía El Espantapájaros de Fuenlabrada. Una característica de esta versión es que todas las actrices representan la obra permaneciendo de rodillas, lo que la hace diferente.

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HISTORIA DEL BELÉN. BELENES DE GETAFE 2014

CÓMO SURGE EL BELÉN

San Francisco de Asís fue el que realizó el primer Belén en 1223 con una imagen del Niño, una mula y un buey. A este cuadro lo acompañó con canciones que luego darían lugar a los villancicos.

La tradición de los belenes la extendieron los franciscanos en conmemoración del nacimiento de Jesús. Las monjas clarisas propagaron la adoración del Niño a la fueron añadiendo cada vez más personajes. En el año 1330 se instala en la Iglesia de Santa Clara de Nápoles el primer belén viviente.

En el siglo XIII se empiezan a representar escenas independientes del Belén. Pero es en Praga, en 1562 en la Iglesia de los Jesuitas, cuando se instala el primer Belén en el período navideño cuya propietaria era la duquesa de Amalfi  y constaba de 107 piezas.

Con el Concilio de Trento los belenes aparecen en todas las iglesias en la época navideña con representación de la Sagrada  Familia, con Reyes Magos, pastores y personajes representantes de la población.

Nápoles es la ciudad que en el siglo XVIII se pone a la cabeza del arte desarrollado alrededor de los Belenes, creando una escuela incomparable en lo que se refiere a belleza, detalle y meticulosidad.

Se empiezan a construir maniquíes, con estopa, alambres y terracota, que luego visten con ropas de la época.

Carlos III, rey de Nápoles, se interesa por este arte y prepara en Palacio una sala para instalar un Belén gigante que permite ver al pueblo. Los aristócratas le imitan y da lugar a la proliferación del Belén, surgiendo grandes imagineros belenistas, como Gori, Celebrano, etc. El pueblo llano acoge esta moda y la extiende.

Carlos III pasa a ser rey de España al morir Fernando VI, y se trae la afición al Belén, encargando a los escultores Esteve Bonet y José Ginés el llamado Belén del Príncipe, haciendo que se extienda la tradición por el Levante.

Los mejores escultores de la época, Montañes, Cano, Becerra y Luisa Roldán “La Roldana”, se dedican a este arte, pero en 1707 nace uno de los mejores imagineros españoles, Francisco Salcillo, que creó un Belén de 566 figuras.

Con la revolución francesa se frena el avance de los Belenes y es en el siglo cuando vuelve a cobrar importancia.

En 1855 aparece la Primera Asociación Belenística y es en Barcelona donde se crea la primera española en 1863. En Madrid en el año 1942.

En Getafe podemos disfrutar de los belenistas que nos ofrecen sus composiciones tanto a nivel de asociación como la Alhóndiga, las casas regionales o los particulares.

Aquí tenemos un ejemplo de un belén particular montado por Sagrario Sánchez Laín.

En el Centro Cívico de la Alhóndiga está expuesto el Belén que lo realizan la Asociación Belenista de la Alhóndiga formada por cuatro amigos que compartían la misma afición. En el año 1988/89 ya montaban el belén en el R. de Artillería N 13 y en Ericsson. Las primeras fotos son de 1989 del realizado en la iglesia Virgen de  Fátima en el patio de la entrada principal, gracias al párroco Don Ángel que era quién estaba en ese año. Siempre estarán agradecidos a los curas de aquella Iglesia, don Rufino, don Pedro y don Julián, por dejarles realizar su obra en esta parroquia.

En la vitrina del Centro Cívico hay una exposición de distintos belenes, de madera, de ganchillo, de papel,… y de distintos lugares del mundo…

 Os mostramos imágenes de distintos belenes que se han podido ver durante esta Navidad en nuestro municipio.

Belén de Sagrario Sánchez

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Belén de Juan Luis Yubero. Ganador del premio a mejor Belén Tradicional

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Belén de la Congregación de Nuestra Señora de los Ángeles

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Belén del Ayuntamiento

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Belén del Centro Cívico de La Alhóndiga

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Vitrina del Centro Cívico de La Alhóndiga. Exposición de belenes realizados con diversos materiales (madera, capsulas de café, sal, papel, etc) y de distintas partes del mundo.

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BELÉN DE SAGRARIO SÁNCHEZ 2014

Os presentamos el belén que ha montado este año una de las belenistas de Getafe, Sagrario Sánchez, que lleva preparando y mostrando a los habitantes de Getafe desde hace varios años.

Aquí tenéis unas cuantas fotos de su fantástico belén.

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BELENES DE GETAFE

La red de belenistas de Getafe lleva presentando los belenes de distintas asociaciones y personas del municipio. Os vamos a presentar uno de ellos, en concreto el de Sagrario Sánchez. Nos cuenta en este articulo como empezó su historia de belenista.

Os ponemos una de las fotos de como es su belén.

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Día del Voluntariado 2 de diciembre 2014

voluntariado-cartel       El día 2 de diciembre se celebró en el Teatro García Lorca el Día Internacional del Voluntariado, aunque oficialmente es el 5 de diciembre según las Naciones Unidas desde el año 1985. En este día se pretende reconocer la labor del voluntariado en nuestra localidad, desarrollado por el municipio y por distintas asociaciones.

         Nuestra compañera Petra Casasola Carretas fue una de las personas que leyó  la “Declaración del Voluntariado de Getafe”. Es una voluntaria más del Centro Cívico de la Alhóndiga y está en la Mesa del Voluntariado. De entre los más de mil que encontramos en Getafe dedicados a labores socioculturales, ayuda a la dependencia y otros ámbitos.  Nuestro Centro Cívico cuenta con 100, de los que 71  pertenece al Voluntariado Sociocultural de Coordinación en Barrios y 29 al Voluntariado de la  Casa del Mayor.

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       Es de destacar que en la lectura de la Declaración del Voluntariado se recalcara una frase importante que resume lo que es el valor del voluntariado: “El voluntariado no es gratis, NO tiene precio”.

         El Acto se cerró con la obra de teatro “El sueño de una noche del voluntariado” que cuenta la historia del Brujo Dorado, representante del egoísmo y la avaricia, y la de la Maga del Arco Iris, que encarna los valores de la solidaridad y la generosidad. La puesta en escena fue espectacular con los músicos en el escenario y los tambores y clarines que irrumpieron al  final de la representación.

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La Voz de La Alhóndiga. Número 1. Diciembre de 2014

Os adjuntamos el primer número de esta revista en formato PDF para todos aquellos que se la quieran descargar en su ordenador y así poder leerla en cualquier instante.

La hemos hecho el Grupo de Comunicación del Centro Cívico de La Alhóndiga. Os ponemos la portada y el enlace para que la podáis tener completa.

Portada Revista 1

     Revista Diciembre WEB

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TIENDAS DE BARRIO. Miguel Jorge Plaza Blanco.

La infancia seguramente sea la etapa que más nos marque en nuestras vidas, pues yo tuve la suerte de vivir mi infancia en el barrio de la Alhóndiga, esos años finales de los 70 e inicios de los 80, que tantos cambios trajeron a este país, los viví en mi barrio, en la Alhóndiga, carreras de chapas en la Calle Béjar con los ciclistas de la época, esos Lejarreta, Arroyo o Perico Delgado, los interminables partidos de fútbol en el parque de Don Rufino, en la pista verde o en la pista roja: en la roja, para nosotros tan pequeñitos, nos hacía sentirnos en el mismo Maracaná, esos momentos únicos de la irrupción del Break-Dance, cuando con un simple tapiz y un radio-cassette se montaban esos corrillos de gente inolvidable, las guerras de globos de agua en pleno verano, las fiestas de la Alhóndiga (“El negro no puede, el negro no puede”, grande Georgie Dann); en esa época la vida era la calle, (afortunadamente las maquinitas llegaron más tarde y pudimos vivir nuestra infancia en la calle) en el parque rodeado de amigos, como debe ser.

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En esos primeros años de mi vida cultivé una afición que hoy, pasados los 40, mantengo intacta, la afición a los calendarios de bolsillo, una colección que empezó con un puñado de calendarios que reuní en los primeros años de los 80 gracias a los comercios del barrio y que hoy llega a más de 4.500, con calendarios de 42 países, pero sin duda, esos primeros calendarios de la infancia son los que tienen un sitio privilegiado en mi colección, los calendarios del  Calendarios-Alhondigabarrio, calendarios de tiendas, comercios, bares, … que desgraciadamente, en su gran mayoría, ya no existen:  Joyería Cuevas, Peña El Sombrero, Azulejos y Pavimentos Hnos. Sanchez, Bar Los Quillos, Auto – Escuela Alhóndiga, Herbolario Salvador, Jamonería y Fiambres Huertas, Alimentación Antonio González, Bar Las Rejas, Saneamientos Mantilla, Librería Angelita, Mercería Yumbo, Bar Los Nietos, Video – Club Cóndor, Bar Extremeño, Cerámicas Cáceres, Gimnasio Cay-San, Papelería Centro, Casquería Salamanca, Tele – Rayo … y un largo etcétera de tiendas de barrio, que recorrí junto a mi gran amigo Miguel Angel Plaza cada final de año para hacer nuestra pequeña colección un poquito más grande. Inolvidable Saneamientos Mantilla, que se sentaba cada año con nosotros para darnos al menos un calendario distinto de todos los que hacía; nos recorríamos buena parte de Getafe para conseguir nuestro más preciado botín en esa época, un calendario de bolsillo.

Calendarios-Alhondiga-3Desgraciadamente esos comercios de barrio que tanto encanto tenían, apenas se pueden contar con los dedos de una mano. Estamos rodeados de chinos y grandes centros comerciales, en fin, hemos perdido con el cambio pues la cercanía del comercio de barrio no te la da, con todos los respetos, un señor oriental con el que apenas te puedes comunicar – todo a base de gestos-, es lo que nos toca vivir, pero yo, y creo que muchos de los de mi generación, si nos dieran a elegir, nos quedaríamos con nuestras tiendas de barrio, con nuestras tiendas de la Alhóndiga.

Miguel Jorge Plaza Blanco.

Os dejamos una selección de calendarios antiguos de tiendas de la Alhóndiga. Más información en la página de Facebook https://www.facebook.com/ElSitioDeMisCalendariosDeBolsillo/timeline

 

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Calle Salvador. Manuel de la Peña R. Martín.

Traemos una nueva calle a nuestro blog. El trabajo que Manuel de la Peña realizó, nos permite recordar cómo eran nuestras calles y comprobar los cambios que se han ido registrando. Esta vez os dejamos una de las más populares del barrio, la calle Salvador.

Calle Salvador, una de las más antiguas de la Alhóndiga. Foto. Manuel García Gutiérrez.

Calle Salvador, una de las más antiguas de la Alhóndiga.
Foto. Manuel García Gutiérrez.

Está situada en el barrio de la Alhóndiga, aquel primer ensanche del casco urbano que promovió D. Fernando Barrachina. Está situada paralela a la vía del ferrocarril de Madrid a Parla, entre las calles del Rayo y de Garcilaso. Se inicia en la calle de los Estudiantes, cruza las de Almagro y Buenavista, para finalizar en la de Lope de Vega. Por su proximidad y fecha de urbanización, corresponde su estructura a las ya citadas y próximas. Viviendas de poca altura, unifamiliares, algunas ampliadas sobre la primitiva, y con algunos patios interiores.

Imagen actual de la calle Salvador tomada a la misma altura que la foto de los años setenta. 40 años después, el bloque de la derecha ahora es de color y el resto del paisaje nada tiene que ver. Foto: Manuel García Gutiérrez.

Imagen actual de la calle Salvador tomada a la misma altura que la foto de los años setenta. 40 años después, el bloque de la derecha ahora es de color y el resto del paisaje nada tiene que ver.
Foto: Manuel García Gutiérrez.

La parte más moderna corresponde a su final, allí se construyeron varios bloques de viviendas con las características propias de la época del crecimiento urbanístico de Getafe. Poca superficie útil y mucha densidad de población. No obstante, es una calle en donde su vecindad se conoce desde generaciones, y existe un arraigado espíritu vecinal. Entre las calles de Buenavista y Lope de Vega, en la acera de los pares, se encuentra la galería de alimentación, muy popular en el barrio.

Amparados en la cercanía de esta galería, existen varios comercios de diversas condiciones, mientras que en partes más antiguas todavía se ven los característicos del comercio del barrio. Tiendas unidas por completo a la vivienda de su propietario, y en donde     era más cómodo y familiar comprar por el portal que incluso en el propio local comercial. También son abundantes las portadas de los distintos talleres, alguno de ellos ya sin funcionamiento, tan característicos del boom industrial de Getafe. Era clásico que en algunas casas existiera un taller con un torno y una fresa, atendido por los familiares, mientras que el especialista en cuestión trabajaba en Construcciones, en Lanz, en Ericsson, y más tarde en Kelvinator. Alguno de estos talleres se han convertido hoy en factorías importantes instaladas en Fuenlabrada, Humanes o Griñón.

La calle Salvador a principios de los 70. A la izquiera el solar que posteriormente ocuparía el bloque en el que está ubicada la galería Lope de Vega. Foto: archivo Cándido Pando.

La calle Salvador a principios de los 70. A la izquierda el solar que posteriormente ocuparía el bloque en el que está ubicada la galería Lope de Vega.
Foto: archivo Cándido Pando.

El origen de su nombre se debe a un homenaje al Salvador, en el sentido religioso, nombre que fue popularizado de inmediato, cosa rara en el barrio en donde son muchas las calles que se conocen por el nombre del primer vecino que construyó la casa en aquel paraje.

Fuente: Manuel de la Peña Rodríguez-Martín

Las calles tienen su historia, Siglo XX, Tomo 2

Ayuntamiento de Getafe, 1999

 

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La Alhóndiga en mi memoria V y final. Nos hicimos mayores. Antonio Morillas Jiménez

Con esta entrada llegamos al final de los recuerdos que Antonio Morillas ha compartido con nosotros. En esta última parte nos habla de sitios que todos recordamos y de una bonita coincidencia que el destino le ofreció en el año 1972.

Agradecemos a Antonio el buen rato que nos ha proporcionado y le invitamos a ampliar estas memorias en el momento que le apetezca, nosotros estaremos encantados de que así sea.

Nos hicimos mayores

En el verano del 72 terminamos los Estudios Primarios y en el Salón de Actos del Colegio repartieron diplomas y medallas a los mejores alumnos y alumnas, y esta vez no nos dividieron por sexos. Me llevé un pequeño berrinche porque yo me consideraba el mejor de mi clase, pero la medalla de oro se la dieron a mi amigo Gregorio y a mí un Diploma: “Por los méritos contraídos por… se le concede el presente diploma”. No me hizo ninguna ilusión porque quería la medalla. La excusa de los profesores fue que él ya abandonaba el colegio y yo tenía que permanecer hasta enero, cuando cumplía los catorce años. Malas excusas.

Antonio Morillas, el autor de estas memorias, en una imagen de los años 70. Foto: archivo Antonio Morillas.

Antonio Morillas, el autor de estas memorias, en una imagen de los años 70.
Foto: archivo Antonio Morillas.

Eso sí, para el acto de entrega de premios, tuvieron la delicadeza de invitar a todas las familias a un refresco y frutos secos en la zona de las chicas y pasamos una mañana agradable comprobando que el contacto directo con  ellas no producía sarpullidos ni efecto secundario alguno. Mi madre no pudo acudir porque estaba en avanzado estado de gestación de mi séptimo hermano y mi padre trabajaba. De aquella fiesta de fin de curso salieron algunas parejas que sigo viendo todavía pasear felizmente por las calles de Getafe.

Ese mismo día, 25 de junio de 1972, una niña de siete años también recibía un Diploma porque había sido la más sobresaliente de su clase, algo que para ella se convertiría en habitual a lo largo de su vida porque no pasó nunca inadvertida. Creció, se hizo una mujer que desde muy joven se supo buscar la vida; hizo una carrera al mismo tiempo que trabajaba y aprobaba oposición tras oposición en la Administración hasta llegar a lo más alto, y en el camino, hace treinta años, se encontró con el que escribe y que entonces, en aquel colegio, no podía sospechar que la compañera con la que compartiría su vida estaba allí, recogiendo un diploma igual que el suyo.

Y como yo tenía que estar en el colegio hasta que empezase a trabajar, el director, don Fernando de Miguel, me dijo que me fuera con él a Secretaría a ayudarle en los papeles. Y así lo hice desde septiembre hasta las navidades. Allí me familiaricé con ese mundo, algo que me vendría bien para mi futuro laboral. Además, le pasaba escritos a máquina, llevaba recados a las clases, repartía por las clases las entradas de fútbol que él, directivo del equipo, traía del Getafe, que por aquel entonces militaba en Tercera División y se había trasladado del campo de San Isidro al de Las Margaritas. Y me dijo que si me fallaba el trabajo en el que empezaría a trabajar en enero, él me colocaría en el Ayuntamiento del que, creo, también era concejal.

Tirso de Molina en el año 1977. Antonio Morillas y su amigo Diego posan en una plaza que poco tiene que ver con la actual. Una curiosidad, el local que luego sería la Autoescuela "Amores" parece estar en obras. Foto: archivo Antonio Morillas.

Tirso de Molina en el año 1977. Antonio Morillas y su amigo Diego posan en una plaza que poco tiene que ver con la actual. Una curiosidad, el local que luego sería la Autoescuela «Amores» parece estar en obras.
Foto: archivo Antonio Morillas.

Todos mis amigos se fueron a trabajar a los sectores más diversos: artes gráficas, construcción, comercios, fábricas metalúrgicas de la zona. Alguno de ellos, los que tenían recomendación, entrarían en las fábricas del municipio donde harían carrera laboral –John Deere, Ericcson, Kelvinator, Siemens- hasta prejubilarse en buenísimas condiciones, algunos con cincuenta años, gracias a los expedientes de regulación de los que han disfrutado desde siempre esas empresas para cuadrar sus cuentas de resultados.

Imagen de la factoría Ericsson de junio de 1986, poco antes de su derribo. Foto: archivo Julián Sainero.

Imagen de la factoría Ericsson de junio de 1986, poco antes de su derribo.
Foto: archivo Julián Sainero.

Yo me fui a la pequeña empresa constructora-inmobiliaria en la que estaría dieciséis años y que, por la calidad humana de las personas con las que me encontré, fue la escuela más importante a la que asistí por la variedad de sus enseñanzas. Ellos, mis compañeros, me obligaron a que siguiera estudiando, me introdujeron en el mundo de los libros y de la música, me enseñaron a mirar el mundo como un conglomerado de personas

Imagen de Kelvinator cuando ya su deterioro era evidente. Esta empresa creada en 1959, estuvo funcionando hasta que en 1982 se decidió su cierre dejando a sus trabajadores en la calle. Ese cierre afectó a numerosas familias del barrio de la Alhóndiga, ocasionando grandes protestas y disturbios en protesta por los despidos. Foto: archivo Julián Sainero.

Imagen de Kelvinator cuando ya su deterioro era evidente. Esta empresa creada en 1959, estuvo funcionando hasta que en 1982 se decidió su cierre dejando a sus trabajadores en la calle. Ese cierre afectó a numerosas familias del barrio de la Alhóndiga, ocasionando grandes protestas y disturbios en protesta por los despidos.
Foto: archivo Julián Sainero.

variopintas y que merecían todo el respeto y no como un lugar hecho de cosas. Siempre tendré un motivo para recordarles y para darles las gracias por su ejemplo.

Empezar a trabajar significaba hacerse mayor y tener casi la obligación de quedar con los amigos para salir los fines de semana. Los bares, el Sierra y el Bávara, eran nuestro punto de encuentro junto a los billares de la calle Garcilaso, otro de los puntos álgidos de nuestras tardes de recreo. Íbamos al cine el sábado o el domingo y matábamos

Vista aérea de la factoría de John Deere Getafe, en una imagen de la actualidad. Foto: archivo John Deere Ibérica.

Vista aérea de la factoría de John Deere Getafe, en una imagen de la actualidad.
Foto: archivo John Deere Ibérica.

las horas en los futbolines o en el ping pong; el billar lo tenía prohibido por el vigilante desde que rompí el tapete la primera vez que jugué, y ya no volví a intentarlo para evitar que me prohibiese la entrada definitiva al local. Siempre terminábamos la jornada en los bares de la plaza de Tirso de Molina. Emilio, del Sierra, que se había trasladado desde los pisos de Neveras, hacía las mejores patatas bravas y los mejores higaditos encebollados de Getafe, raciones para las que llegaba nuestro presupuesto, y allí nos pedíamos una ración para cuatro o cinco y unas claras, o unos cortos de cerveza, e íbamos pinchando por riguroso turno que mi amigo Diego controlaba para que nadie tomara más ración de la que le correspondía. Y controlaba hasta las sopas en la salsa, que ya era controlar. El Sierra cerró cuando vino un banco a comprar el local y el Bávara aún sigue, aunque el hijo de Antonio, también Antonio, abrió otro bar al lado, que mantiene la esencia de lo que él vivió desde pequeño en la barra de su bar-restaurante forrado de madera.

La Taberna Bávara en los años en que aun tenían el salón colindante donde se celebraban todo tipo de comidas y fiestas familiares. En la foto vemos a varios miembros de la familia, posando junto a unos amigos, en la puerta del mencionado salón. Foto: archivo familia Delgado

La Taberna Bávara en los años en que aun tenían el salón colindante donde se celebraban todo tipo de comidas y fiestas familiares. En la foto vemos a varios miembros de la familia, posando junto a unos amigos, en la puerta del mencionado salón.
Foto: archivo familia Delgado

En el año 75 nos fuimos del barrio, pero cada fin de semana volvía a él porque en él estaban los amigos de la infancia, los que siempre perviven en el recuerdo. Nos fuimos al barrio de San Isidro, que me parecía entonces un lugar inhóspito, y más adelante, cuando nos casamos, a Fuenlabrada, para regresar inmediatamente a Getafe, a la calle Madrid, y de nuevo, en ese afán de andorrero, al Sector 3.

De vez en cuando vuelvo a algún sitio por los que anduve en el pasado, pero adonde siempre vuelvo es al querido barrio de la Alhóndiga, al menos desde ese rincón de la memoria dedicado a los paisajes y a los hombres y mujeres que te vieron crecer como persona, aunque nosotros, los de ayer, ya no seamos los mismos, que diría el poeta.

Antonio Morillas Jiménez, mayo 2014.

 

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La Alhóndiga en mi memoria IV. El hombre que vino del árbol o Tarzán vivió en la Alhóndiga. Antonio Morillas Jiménez

Cuarta entrega del relato de Antonio Morillas en el que nos habla de un suceso que, a buen seguro, más de uno recordará. La pena es no haber encontrado el material gráfico que lo atestigüe aunque, con un poco de paciencia, es posible que lo encontremos. Si así fuera, lo publicaremos en cuanto lo tengamos disponible.

 

 El hombre que vino del árbol o Tarzán vivió en la Alhóndiga

Para documentar la historia que voy a contar me hubiese gustado aportar pruebas documentales del hecho, pero no me ha sido posible puesto que el periódico que podría hacerlo, PUEBLO, ya desapareció, y no he sido capaz de encontrar en Internet datos acerca de él. Pero lo que sigue es tan cierto como que cada día, al menos hasta hoy, ha salido el sol.

Año 1974. Antonio Morillas, en la oficina de RUVICAL, constructora de la que habla en esta entrada del blog y que consiguió una gran campaña publicitaria que le multiplicó las ventas de sus pisos en Getafe. Foto: archivo Antonio Morillas

Año 1974. Antonio Morillas, en la oficina de RUVICAL, constructora de la que habla en esta entrada del blog y que consiguió una gran campaña publicitaria que le multiplicó las ventas de sus pisos en Getafe.
Foto: archivo Antonio Morillas

El Director de la empresa en la que yo trabajé desde 1973 era un hombre mundano, muy bien relacionado y con un punto de populismo que le hacía mezclarse con personajes variopintos. Entre sus amigos se contaba un periodista de televisión, muy popular en los primeros 70, que, además, escribía en el diario PUEBLO: Antolín García, periodista con aspecto de franquista, bigotillo cortito, gafas oscuras y fácil verborrea.

Según contaba mi futuro jefe como una anécdota más de su vida, cierto día Antolín le llama y le dice: “Gabriel, te voy a proponer hacer la mejor campaña de publicidad que se puede hacer para tu empresa, a un precio irrisorio”. “Cuenta”, le respondió. Y le contó que había llegado hasta sus oídos que había una familia compuesta por el matrimonio y dos hijos, que se había construido una choza de madera, en lo alto de un árbol en las afueras de un pueblo de Madrid y que vivían en pésimas condiciones.

El plan consistiría en que los dos irían a verles, junto a un fotógrafo, el periodista les haría un reportaje denunciando la pésima situación en la que vivía esa familia y que el periódico publicaría como una noticia de la que alguien tendría que tomar nota. Y justo en ese momento aparecería el director de la empresa para ofrecerle a la familia una vivienda de tres dormitorios de las recién terminadas en la calle Oca, que por aquella época se correspondía con el bloque 32.

El “Tarzán” moderno, de mostacho largo y pelo ralo, aceptó la oferta, cómo no, y los dos linces de la mercadotecnia siguieron su plan. Días después de la primera noticia, se publicaron en PUEBLO nuevas fotos, en las que ya aparecían el periodista, el director, junto al matrimonio y su prole al pie del árbol donde estaba la choza, y la noticia de que la empresa RUVICAL con su director al frente, le ofrecían totalmente gratis una vivienda digna en Getafe a esa pobre familia de los arrabales. Y posteriormente, nuevas fotos y otra página del periódico para dar cuenta de la entrega de las llaves de la vivienda. Un serial completo, al que se sumó una tienda de muebles que, avisada previamente, se ofreció a contribuir a la obra de caridad regalándoles los enseres necesarios.

Anuncio de la Constructora RUVICAL insertado en ABC a finales del año 1969. Como vemos la publicidad era sencilla por lo que suponemos que los medios de esta empresa para publicitarse eran más bien escasos. Foto: Hemeroteca ABC.

Anuncio de la Constructora RUVICAL insertado en ABC a finales del año 1969. Como vemos la publicidad era sencilla por lo que suponemos que los medios de esta empresa para publicitarse eran más bien escasos.
Foto: Hemeroteca ABC.

Mi  empresa aumentó las ventas de pisos vertiginosamente en los meses siguientes, con lo que el negocio y la campaña publicitaria había salido barata y muy rentable, aparte el valor social que el acto en sí conllevaba. Otras versiones hablaban de que habría sido el director de mi empresa el que supo de la familia y le propuso el plan al periodista. Pero en esencia el resultado habría sido el mismo.

En el barrio, sobre todo en la calle Oca, se levantó cierto revuelo porque los que ya vivían allí recelaban de los nuevos vecinos hippies, que sólo se vistieron con cierta normalidad, según los cánones de la época, para hacerse las fotos para el periódico, y después volvieron a sus ropajes estrafalarios -sobre todo la mujer- de cuando vivían en el árbol.

Ella se pintaba como un payaso cada vez que salía a comprar –pocas veces- a las tiendas del barrio y se ponía unas minifaldas escandalosas para escarnio de la vecindad femenina que veía un grave peligro para la integridad de sus varones, porque, vistiendo así, suponían, que nada bueno buscaba esa ‘lagarta’. Todos hacían cábalas sobre su forma de ganarse la vida: “Con esas pintas, no se puede dedicar a nada bueno”. Los tenían controlados y ya las malas lenguas hablaban de que ella salía por las noches sola, y que algún coche venía a buscarla y que él cuidaba de los niños, y que… Jamás se les vio alternar con nadie del barrio aunque tampoco se metían con nadie ni armaban escándalos. Era lógico que, después de tanto tiempo viviendo en el árbol, se hubiesen convertido en personas muy poco sociables.

La avenida Reyes Católicos a mediados de los años 70. Viviendas nuevas, matrimonios jóvenes, muchos niños y para no perder la costumbre, la ropa en los tendederos de la calle. Foto: archivo Antonio Morillas

La avenida Reyes Católicos a mediados de los años 70. Viviendas nuevas, matrimonios jóvenes, muchos niños y para no perder la costumbre, la ropa en los tendederos de la calle.
Foto: archivo Antonio Morillas

Los niños –y los mayores- empezamos por ponerles apodos, a él Tarzán, apelativo cariñoso que las mujeres aprobaron, con un pelín de mala uva, porque decían que venía muy a cuento puesto que ella se parecía a Chita. En la calle Oca vivieron por lo menos hasta el año 1975 en que yo me fui del barrio y ya les perdí la pista. Pero la historia de cómo llegaron a la Alhóndiga fue así y así la cuento. Sólo espero que alguien que fuese vecino la corrobore para que no quede como cuento. Los que vivimos en los inicios de los 70 en esa calle podemos decir que fuimos vecinos del Tarzán de la Alhóndiga, el hombre que vino del árbol.

 Continuara…

Antonio Morillas Jiménez, mayo 2014.

 

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La Alhóndiga en mi memoria III. Don Rufino. Antonio Morillas Jiménez.

Seguimos con los recuerdos de Antonio Morillas en los que no podía faltar una mención a la figura de Rufino de Castro. Aquí nos habla de su relación con tan añorado sacerdote y de cómo salvó a más de un obrero de la represión policial de la época.

Como pequeña muestra de aquellos acontecimientos, incluimos una foto de una de las multitudinarias manifestaciones vividas en Getafe en 1976 y un enlace que nos habla de la situación laboral de la industria del municipio al comienzo de aquel fatídico año.

 

Don Rufino

Un personaje esencial para ese niño de once años que vivió en el barrio fue don Rufino, el cura, un cura del pueblo que se mezclaba con la plebe y rehuía, en la medida de lo posible, a los más pudientes porque sabía de buena fuente que de ellos no sería el reino de los cielos.

Rufino de Castro en una imagen habitual en él, charlando con un vecino mientras su mano sujeta un cigarrillo. La foto está tomada junto a la verja de la iglesia de Fátima y apareció en varios medios de comunicación.  Foto: archivo Julián Sainero.

Rufino de Castro en una imagen habitual en él, charlando con un vecino mientras su mano sujeta un cigarrillo. La foto está tomada junto a la verja de la iglesia de Fátima y apareció en varios medios de comunicación.
Foto: archivo Julián Sainero.

Según le fui conociendo pude ir comprobando las muchas diferencias con el cura de mi pueblo, personaje curioso éste, estricto para que los demás observasen los mandamientos que él se saltaba a la torera; tanto es así que era conocido en las casas de citas de los pueblos cercanos y que después preñaría a una novia beata con la que terminaría casándose y abandonando los hábitos.

A mí, con once años, don Rufino me inició en el camino del agnosticismo un día que fui a acompañar a un amigo al que obligaba su madre a confesar, y yo, ya que estaba allí, también lo hice y así probaba de nuevo la hostia consagrada, que me estaba rica. Y fuimos a la ermita del barrio y le conté, después de todos los rituales que ya he olvidado -a él gracias-, que había sisado a mi madre las vueltas de la compra, que le había dicho gilipollas a un amigo y que le había dado una torta a mi hermano. “Niño, eso no son pecados. Venga, vete”, me dijo.

En el mismo acto, me aproveché de su benevolencia y me quitó otro peso de encima. Andaba yo con la conciencia revuelta desde que en el pueblo, unos años antes, tomé la primera comunión a muy temprana edad, por el capricho de los mayores de querer que la hiciese junto a mi primo, un año mayor que yo; es obvio que a esa edad el cerebro no está aún preparado para absorber la cantidad de aves marías, credos y otras letanías necesarias para el buen cristiano, y sólo me aprendí el más asequible padrenuestro. Cuando me confesé para tan esencial acontecimiento, el cura del pueblo, ante la inabarcable cantidad de pecados de un niño de seis o siete años, imagínense, me ordenó expiar mis culpas rezando un padrenuestro, un credo y un avemaría. Y como yo sólo había aprendido el primero, para compensar lo que no conocía recé cinco o seis.

Anduve con el pecado de la desobediencia o de la penitencia no cumplida hasta que se lo comenté ese día a don Rufino y me quitó el problema con sus saberes de sabio: “Niño, si tenías seis o siete años cuando tomaste la Comunión, habría que excomulgar a tus padres por insensatos. Tú, no te preocupes, que demasiado rezaste.” Y así se acabó mi pesar y ya nunca más volví a contarle a nadie con sotana mis pecados: me los cuento a mí mismo cuando me acuesto y también me pongo la penitencia. Y no me va muy mal porque suelo dormir tranquilo.

Don Rufino era uno más entre los hombres y mujeres del pueblo sufridor de aquella época, principios de los setenta. Era habitual verle escondiendo en la parroquia a los huelguistas de las obras del barrio para que no cayeran en manos de la guardia civil, o bajando al cuartel, o desplazándose a Madrid, para interceder ante las autoridades por los muchos luchadores antifranquistas que huelga tras huelga caían presos.

 

Manifestación de apoyo a los trabajadores de C.A.S.A. a su paso por la plaza General Palacio en el año 1976. Foto: archivo Francisco Díaz Fernández.

Manifestación de apoyo a los trabajadores de C.A.S.A. a su paso por la plaza General Palacio en el año 1976.
Foto: archivo Francisco Díaz Fernández.

Frecuentaba los bares como uno más, tomándose un chato, o un cafelillo en el Mesón de los Conejos en la calle Leganés o en el Dávila, o en el Torijano de la calle Perdiz, o en el Sierra de los pisos de neveras, famoso por sus bravas; incluso le vi entrar en el bar Muñoz de la calle Oca, muy frecuentado por la vecindad de aquella época del barrio, y en el que, en cierta ocasión, un uruguayo huido de la justicia se atrincheró detrás de su barra huyendo de la guardia civil, y, tras ser capturado, se le escapó de las manos al cabo Gervasio, que de intrépido no tenía nada, y fue él quien acabó escondiéndose del forajido detrás de la barra del bar. Consiguió huir en la Adeva que iba para Madrid y le detuvieron en Orcasitas. Lo que quedó en entredicho en esa acción fue la poca pericia del cabo Gervasio que dejó escapar al forajido, decía que “para evitar una masacre”.

 

Continuara…

Antonio Morillas Jiménez, mayo 2014.

 

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La Alhóndiga en mi memoria II. Peregrinaje por el barrio. Antonio Morillas Jiménez

 

Continuamos con los recuerdos de Antonio Morillas. En esta ocasión nos cuenta la inauguración del colegio Francisco Franco, los cambios de vivienda debidos a las necesidades familiares, las excursiones al campo…

 

Peregrinaje por el barrio.

Creo recordar que fue en septiembre del 69 cuando inauguramos en el barrio el colegio Francisco Franco, del que nos sentíamos orgullosos si lo comparábamos con el vetusto Sagrado Corazón. El nuevo colegio tenía dos patios impresionantes, amplios y llenos de barro en los inviernos y hasta unos pasadizos cubiertos con uralita para no achicharrarnos cuando apretaba el calor, o para cobijarnos de la lluvia. En el de los chicos colocaron dos porterías descuadradas hechas con palos de la reciente obra, que formaban parte de un campo de fútbol surrealista. Y gimnasio, un estupendo gimnasio con todos los aparatos de los que la mayoría no habíamos oído hablar en nuestra vida: potro, plinto y una especie de escaleras pegadas a la pared dónde nos obligaban a colgarnos de espaldas y a flexionar las piernas. ¡Cómo recuerdo todavía las agujetas del primer día de gimnasia y los golpes en las partes blandas contra el potro o el plinto! Eso sí, los chicos y las chicas estábamos separados, cada uno en su edificio; incluso los profesores: con los chicos, hombres, y con las chicas, mujeres. En aquella época represiva, no se hablaba, y menos en la escuela, de educación sexual y reproductiva porque no había que tentar al diablo. Yo entonces tenía diez años y ya pensaba que sería el colegio definitivo hasta que terminásemos los estudios primarios. Y así fue, lo abandoné el día anterior a cumplir los catorce años, y al día siguiente de cumplirlos, empecé a trabajar. La explotación infantil, en aquella época, estaba legalizada en España. Después seguí estudiando porque fui a caer en un ambiente cuyo caldo de cultivo propiciaba el estudio como medio para progresar como persona en la vida. La mayoría de mis compañeros de entonces, con los estudios primarios acabaron definitivamente su periplo académico.

Los cinco hermanos Morillas Jiménez, aun llegarían tres más,  en una imagen de principios de los 70, tomada en la Avda. de los reyes Católicos. Foto: Archivo Antonio Morillas Jiménez.

Los cinco hermanos Morillas Jiménez, aun llegarían tres más, en una imagen de principios de los 70, tomada en la Avda. de los Reyes Católicos.
Foto: Archivo Antonio Morillas Jiménez.

Mi familia recorrió el barrio de punta a punta. Desde el domicilio inicial en Fernando Barrachina, nos trasladamos a la calle Cisne, a una quinta planta y sin ascensor; después, a la calle Perdiz, al primer piso en propiedad, de dos dormitorios –éramos siete-; según crecía la familia hasta los nueve miembros, nos fuimos a un piso más grande en la calle Oca, con tres dormitorios, y desde allí emigramos del barrio a otro piso con cuatro dormitorios que tenía calefacción central en el barrio de San Isidro. Allí completamos la familia hasta un número redondo: diez personas.

Los amigos y los lugares de recreo de nuestra primera juventud seguían estando en la Alhóndiga. En los espacios entre los bloques, eriales de tierra sin ajardinar y que dejaban mucho que desear, organizábamos los juegos, y los fines de semana nos íbamos de excursión al campo: cruzábamos la carretera de Toledo para dar patadas a un balón cuesta arriba o cuesta abajo, según el equipo que nos tocara, en los trigales cercanos a los depósitos del agua. Y a veces, pocas veces los que éramos poco decididos, nos aventurábamos y bajábamos a la calle Madrid, una odisea. Recuerdo con emoción todavía la primera película que vi en el cine Palacio (el Gordo), “El Cid”, con Charlton Heston y Sofía Loren. Qué mujer, cuánta belleza inundando la pantalla. A mí me recordaba a mi prima Marisa, guapa como la Loren, hermosa, con una mata de pelo salvaje y unos ojos que la hacían aún más poderosa ante la vista de un mozalbete enamoradizo y con mucha hambre y no precisamente de pan.

El Señor Antonio, padre del autor del artículo, en sus tiempos de vendedor de pisos. En la imagen le vemos posando delante del Bar Muñoz de la calle Oca, junto a dos empleadas de la empresa en la que trabajaba. Foto: Archivo Antonio Morillas Jiménez.

El Señor Antonio, padre del autor del artículo, en sus tiempos de vendedor de pisos. En la imagen le vemos posando delante del Bar Muñoz de la calle Oca, junto a dos empleadas de la empresa en la que trabajaba.
Foto: Archivo Antonio Morillas Jiménez.

El trabajo principal de mi padre, conductor de dúmper, estaba en las obras de la urbanización, aunque pronto empezó también a vender pisos por las tardes y los fines de semana, gracias a que conoció a uno de los dueños de la empresa, granadino como nosotros, un suplemento que agradecía la economía familiar. Con el tiempo, además de vender los pisos de su empresa, algunos de los que compraban viviendas como inversión, le encargaban a él que se lo alquilaran, y yo, que había aprendido a escribir a máquina con dos dedos con  las chicas de las oficinas, le hacía los contratos, con lo cual aportaba mi granito de arena al buen discurrir del negocio. El señor Antonio, mi padre, se hizo un personaje conocido y querido en el barrio, y aún los que sobreviven de aquellos primeros años 70 le recuerdan porque nunca se llevó mal con nadie.

Continuara…

Antonio Morillas Jiménez, mayo 2014.

 

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La Alhóndiga en mi memoria, Navidad del 68. Antonio Morillas Jiménez

La familia Morillas Jiménez llega a Getafe procedente de Purullena, Granada, en el año 1968. Se instalan en La Alhóndiga y es en este barrio donde los hermanos juegan, crecen, estudian… y van atesorando vivencias que les marcan significativamente.

Con esta entrada, Antonio Morillas, comienza a contarnos sus recuerdos de aquella época. Unos recuerdos llenos de detalles que nos van a ayudar a recordar retazos de nuestra historia que estaban olvidados por la mayoría de nosotros y que los jóvenes van a descubrir.

Agradecemos enormemente a Antonio el que haya compartido con nosotros esta parte de su memorias de la Alhóndiga.

 

Navidad del 68

En la Navidad del 68 llegamos a Getafe procedentes de Granada y fuimos a parar a la calle Fennando Guaddachiva, teintaiuno, dedecho pa’llá, como decía mi hermano pequeño cuando alguien le preguntaba dónde vivía, a un piso pequeño lleno de goteras en el que nos juntábamos siete personas. En el pueblo dar la dirección era más simple: vivíamos en la calle Real y no había números: “tapao con barro”, decíamos si alguien preguntaba. Los siete miembros de la familia llegamos a bordo de un camión, con los trastos imprescindibles y las orzas de la reciente matanza llenas: un par de marranos hechos tocino, chorizos y morcillas, aparte de los huesos correspondientes, que aviaban a una familia para una larga temporada. Y la llegada fue triste porque habíamos dejado una vez más el pueblo para aventurarnos en un lugar desconocido, en nada parecido al de procedencia, otro paisaje con otras gentes y otras costumbres. Una de mis hermanas, de dos años, se sentó en la acera a llorar: “Yo me quiero ir a Purullena porque aquí no hay tranco de la tita Toñica” –vivíamos en una segunda planta-, y otro hermano, cinco años, la consolaba. Éramos pequeños y ya empezábamos a conocer los rigores del invierno de los exilios.

Purullena, Granada, año 1964. Los hermanos Morillas Jiménez cuatro años antes de emigrar a Getafe. Cuando llegaron a La Alhóndiga, en 1968, la familia había aumentado en dos miembros más. Foto: archivo Antonio Morillas.

Purullena, Granada, año 1964. Los hermanos Morillas Jiménez cuatro años antes de emigrar a Getafe. Cuando llegaron a La Alhóndiga, en 1968, la familia había aumentado en dos miembros más.
Foto: archivo Antonio Morillas.

Los mayores fuimos al colegio con el curso iniciado, al Sagrado Corazón, cerca del Ayuntamiento y llegar hasta allí nos suponía una larga caminata porque en nuestro barrio no había todavía colegios, aunque lo estaban construyendo en lo que después se llamaría la calle Alonso de Mendoza y una de cuyas aceras estaría ocupada por los patios de los colegios y de los dos edificios que lo compondrían. Años después supe de la historia de este colegio porque mi padre, y yo mismo cuando tuve edad, entramos a trabajar en la empresa que construía y vendía los pisos que se hicieron en paralelo a los entonces denominados “de Neveras”.

La empresa que construyó las viviendas de la urbanización, que entonces se llamaba Colonia Virgen de Fátima, había pedido licencia para construir tres torres en los bordes que lindaban con la calle Estudiantes. La urbanización tenía los límites en la actual calle Cisne, hasta Estudiantes y la actual calle Béjar. En aquel entonces no había nombres de calles y los bloques de esta empresa se identificaban por números: los de la calle Cisne, Tórtola y Perdiz, eran los números 54 al 58, calle Oca, 31 y 32; el  33 tenía entrada por Alonso de Mendoza, y el 34, por la calle Béjar; calle Colibrí y Almagro 41 y 42, y las torres serían las números 11, 12 y 13, también denominadas Navarra, Granada y Toledo, respectivamente, en honor al lugar de procedencia de los gerifaltes de la empresa. En un principio, el Ayuntamiento concedió autorización para levantar nueve plantas en las torres, con el compromiso de la empresa de construir los dos edificios del que sería el futuro colegio del barrio. Cuando ya estaban finalizadas las estructuras de los tres edificios, tabicadas las diferentes viviendas, y los colegios hechos, los entonces regidores municipales cambiaron de opinión, o se dieron cuenta de que no se podían construir en la zona nueve plantas, y revocaron la autorización, pero no obligaron a que se demoliesen las dos plantas sobrantes. Estamos hablando de principios de los 70. Pasados unos años, alguien de la empresa compró a un precio irrisorio las 48 viviendas que no se podían vender, pagándolas además en cómodos plazos, y, transcurrido un tiempo prudencial, consiguió que se legalizaran y las vendió más o menos al triple de lo que le costaron a él. Ahora hablamos de principios de los 80. El ladrillo ha sido siempre así de voraz y de caprichoso, y en aquella época sin controles más que nunca a pesar de que ahora los desmemoriados se nieguen a aceptar que aquella época fue mucho peor la mires por dónde la mires.

Continuara…

Antonio Morillas Jiménez, mayo 2014.

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Calle Alonso de Mendoza. Manuel de la Peña R. Martín.

Mucho ha cambiado el barrio de la Alhóndiga desde que Manuel de la Peña, cronista oficial de Getafe, recogiera en sus libros “Las calles tienen su historia” tomos I y II, la historia de algunas de nuestras calles. Aun así nos ha parecido interesante recoger en nuestro blog lo escrito por el autor en aquellos años ya que forma parte de nuestra historia e, igualmente, ayudará a situarnos en lo que fue el barrio y los cambios que se han producido hasta la fecha.

Vaya desde aquí nuestro agradecimiento póstumo al autor ya que, gracias a sus libros, podemos conocer la historia y costumbres de nuestro querido Getafe.

 

Placa actual de la calle Alonso de Mendoza. En la plaza figura como calle pero todos la conocemos como el Paseo Alonso de Mendoza o simplemente "el paseo". Foto: Manuel García Gutiérrez.

Placa actual de la calle Alonso de Mendoza. En la plaza figura como calle pero todos la conocemos como el Paseo Alonso de Mendoza o simplemente «el paseo».
Foto: Manuel García Gutiérrez.

 

Calle Alonso de Mendoza

Es una de las más importantes del Getafe moderno. Discurre paralela al paseo de los Reyes Católicos, sirviendo de unión al barrio de El Greco con la antigua Alhóndiga. Hasta su conversión en calle peatonal, hace unos años, ésta se convirtió en el paso obligado de los transportes de todo el barrio, que ha quedado convertido en un verdadero galimatías circulatorio que sólo entienden sus propios vecinos.

Vecinas paseando por la calle Alonso de Mendoza en el año 1970. Al fondo el cruce de las calles Almagro y Perdiz. Foto: Archivo familia Avilés Cano.

Vecinas paseando por la calle Alonso de Mendoza en el año 1970. Al fondo el cruce de las calles Almagro y Perdiz.
Foto: Archivo familia Avilés Cano.

 El nombre de la calle corresponde al fundador del hospital de San José, Alonso de Mendoza, mayordomo del arzobispo Alonso Carrillo de Albornoz, que le hizo alcalde de su castillo de Bonilla de la Sierra. El hospital que fundara, restaurado recientemente, fue situado en su propia casa, que ocupaba una amplia zona entre las calles de la Magdalena, la actual del Hospital de San José y la de Madrid.

Cuando el barrio de la Alhóndiga dejó su carácter típico de casas bajas, casi todas ellas construidas por sus mismos moradores, y empezaron a surgir las torres de las urbanizaciones a filo de la carretera, vinieron a Getafe un gran número de vecinos que sólo utilizaban su residencia como verdadero dormitorio, ya que la proximidad de la carretera era un continua tentación para sus desplazamientos a Madrid.

La calle Alonso de Mendoza en el año 1970. Al fondo la Plaza Tirso de Molina. Foto: Archivo familia Avilés Cano.

La calle Alonso de Mendoza en el año 1970. Al fondo la Plaza Tirso de Molina.
Foto: Archivo familia Avilés Cano.

La creación de los colegios Francisco Franco y Ciudad de Getafe, la urbanización de la plaza de Tirso de Molina y la galería comercial, hizo que sus gentes se afincaran con interés, creándose un verdadero sentido peculiar del barrio que lo diferencia del resto de Getafe. Posteriormente, la urbanización de sus calles adyacentes y la construcción de las iglesias de Fátima y San Rafael, verdaderos centros neurálgicos de la vida del barrio, logró dar una importancia vital a esta vía getafense.

Hoy, tras el arreglo para convertirla en peatonal, ha conseguido que sea el lugar preferido para la concentración de los muchos estudiantes que la patean a diario o el centro de recreo de la chiquillería. También logró desesperar a los comerciantes establecidos en las calles transversales, que vieron como esta remodelación dejó aisladas sus tiendas, teniendo que cerrar algunos de ellos.

Paseo Alonso de Mendoza en el año 1970. Al fondo, el bloque de la calle Almagro en construcción. Foto: Archivo familia Avilés Cano.

Paseo Alonso de Mendoza en el año 1970. Al fondo, el bloque de la calle Almagro en construcción.
Foto: Archivo familia Avilés Cano.

Dentro de las curiosidades anecdóticas de la calle está la distracción que suponía para los vecinos los cursos de natación que se daban en la piscina del colegio, ya que desde la altura de las balconadas podían contemplar todo lo que allí se realizaba. Incluso este tipo de observación sirvió para acabar con una plaga de jovenzuelos que utilizaban las aguas de aquella piscina para sus peculiares fiestas nocturnas que irritaban a los vecinos.

Fuente: Manuel de la Peña Rodriguez-Martín

Las calles tienen su historia, Siglo XX, Tomo 2

Ayuntamiento de Getafe, 1999

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Todo por los abuelos. María Collado López.

Hemos recibido este delicioso relato que habla de los sacrificios familiares por lograr un futuro mejor para los hijos. La figura de los abuelos cobra un protagonismo especial en el texto y la imaginación de la familia para dejarles el mejor espacio de la casa nos ha hecho sonreír. Una historia cotidiana de aquellos tiempos que esperamos disfrutéis.

 

Los años 60 iban corriendo lentamente y la Alhóndiga y el resto de Getafe estaban aún separados por la vía férrea.

Mi familia estaba formada por mis padres y sus cuatro hijos, dos chicas, una servidora y un chico. Residíamos en un piso de tres dormitorios en la calle del Ferrocarril, en el margen de la derecha en sentido Madrid. Yo era aún muy pequeña, pero, lo suficientemente mayor para acordarme de que en mi casa se decidió que había que arrimar algún ingreso más al modesto sueldo de guardia civil de mi padre. Así que, por acuerdo familiar, se decidió montar una peluquería en el piso.

Aquella decisión, además de aportar un incremento en los ingresos familiares, intentaba asegurar el porvenir a mis hermanas y el mío, porque, además, con ello nos forjaríamos en un oficio que más adelante nos permitiría labrarnos un futuro. Para la apertura de la peluquería hubo, naturalmente, que sacrificar uno de los dormitorios. Esto nos originó un problema a la hora de gestionar los otros dos dormitorios, y, aunque un poco apretados, nos organizábamos más o menos bien.

El problema se hacía más patente uno de cada cuatro meses, porque…, uno de cada cuatro meses, a mi madre le tocaba cuidar de mis abuelos y se los traía a casa y ahí sí que no había forma de optimizar los dormitorios para tantos.

Las protagonistas de la imagen no son las hermanas Collado López pero podrían serlo. La imagen está tomada en ese "campo" que, según cuenta María Collado, cruzaban cuatro meses al año para ir a dormir. Al fondo bloque en construcción de la calle Eugenio Serrano. Foto : archivo Adela Sánchez Cuevas.

Las protagonistas de la imagen no son las hermanas Collado López pero podrían serlo. La imagen está tomada en ese «campo» que, según cuenta María Collado, cruzaban cuatro meses al año para ir a dormir. Al fondo bloque en construcción de la calle Eugenio Serrano.
Foto : archivo Adela Sánchez Cuevas.

La solución vino porque, mis padres con algunos ahorrillos, habían comprado un piso en la calle Eugenio Serrano, cuyas letras se iban pagando con la renta que el propio inmueble daba, ya que lo tenían alquilado a una familia.

Bueno… todo el piso no, el piso estaba alquilado excepto uno de los dormitorios, dormitorio que permanecía cerrado tres meses y que era únicamente ocupado por una de mis hermanas y por mí, solamente el mes en que mis abuelos nos visitaban.

Así, en uno de cada cuatro meses, noche tras noche mi hermana y yo abandonábamos el domicilio familiar para ir a dormir a la habitación reservada del piso alquilado, lo que no dejaba de ser un buen trajín todos los días.

En primavera, verano y principios del otoño lo llevábamos bien, para mí  lo peor era cuando llegaba el invierno, porque, sobre las nueve de la noche teníamos que salir de casa y cruzar todo el campo, (entonces no había pisos construidos como ahora).

Otra imagen de mediados de los años 60 en la que vemos el campo que años después se convertiría en la plaza Tirso de Molina. Se aprecian los senderos que por los que la gente pasaba habitualmente.  Foto: archivo Adela Sánchez Cuevas.

Otra imagen de mediados de los años 60 en la que vemos el campo que años después se convertiría en la plaza Tirso de Molina. Se aprecian los senderos que por los que la gente pasaba habitualmente.
Foto: archivo Adela Sánchez Cuevas.

En aquellas frías noches, en las que la iluminación pública no era como ahora, mi hermana y yo pasábamos bastante miedo hasta que llegábamos a la calle Eugenio Serrano. Algunas veces nos acompañaba mi padre, pero, otras muchas él estaba de servicio y teníamos que ir solas, pasando el consiguiente canguelo.

Llegábamos al piso, nos metíamos en la habitación sin tener excesivo contacto con los inquilinos, y, como no teníamos tele, mi hermana se dedicaba a hacer labores confeccionando poco a poco su ajuar haciendo sus mantelerías en punto de cruz, y yo, mientras tanto, hacía los deberes del colegio.

Después las dos, nos dormíamos en una cama de uno cinco bien juntitas, todo para que mis abuelos tuvieran una habitación libre.

En casa, mi hermana mayor dormía con el pequeño y mis padres en un colchón en el suelo de la peluquería cediendo su habitación a mis abuelos.

Con todos estos cambalaches conseguíamos que mis abuelos siempre tuvieran un sitio en casa.

Imagen de principios de los años 60 con una de las habituales nevadas de aquellos años. La calle Parla estaba sin asfaltar, al igual que la mayoría de las calles de Getafe. Al fondo, el campo, uno de los caminos que comunicaban con "el pueblo". Foto: archivo Juan Blanco

Imagen de principios de los años 60 con una de las habituales nevadas de aquellos años. La calle Parla estaba sin asfaltar, al igual que la mayoría de las calles de Getafe. Al fondo, el campo, uno de los caminos que comunicaban con «el pueblo».
Foto: archivo Juan Blanco

Como anécdota contaré, porque no se me olvidará nunca, aquella mañana de Enero en la que, cuando nos levantamos nos encontramos que había caído una buena nevada y que el gélido frío de la noche había helado la nieve, convirtiendo las aceras y las calles en una pista de patinaje y cruzar la Alhóndiga hasta volver a casa se convirtió en toda una proeza con peligro para la integridad física, proeza por otra parte divertida porque afortunadamente no nos partimos la crisma.

María Collado López.

 

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El antiguo escudo de Getafe. Amalia Pascual

Callejeando por la parte más antigua de la Alhóndiga, aun se pueden encontrar vestigios de tiempos pasados. Todavía quedan algunas casitas bajas que han resistido el boom inmobiliario de hace unos años. Construcciones muchas veces realizadas por los mismos propietarios y que nos hacen retroceder en el tiempo e imaginar las vivencias y recuerdos que atesoran entre sus paredes.

Calle Fernando Barrachina. Una de las antiguas edificiaciones que conservan los aleros de madera y por la que no parece que pase el tiempo. Foto: Amalia Pascual

Calle Fernando Barrachina. Una de las antiguas edificiaciones que conservan los aleros de madera y por la que no parece que pase el tiempo.
Foto: Amalia Pascual

Aleros de madera, algunos de ellos desgastados y otros, en cambio, perfectamente conservados. Ventanas cuadradas, puertas de madera… edificaciones muy sencillas a las que en algún caso acompaña incluso una acera de cemento, sin baldosas. Pasear con tranquilidad por esta zona es un ejercicio muy recomendable, incluso algún vecino seguirá con la mirada, como se hace en los pueblos, la actitud del paseante, si este se detiene a mirar detenidamente alguno de estos elementos.

Entre los detalles que podemos encontrar en nuestro paseo, se encuentra una placa en la calle Maestro Bretón que llama la atención por ser diferente al resto. Acostumbrados al escudo con la cruz, el corazón, los aviones y que simboliza nuestro querido Cerro de los Ángeles y la cuna de la aviación getafense, esta placa nos recuerda una vieja reivindicación con el vecino Pinto sobre cual de las dos poblaciones es el centro de la península ibérica.

Antigua placa de la calle Maestro Bretón. Una de las pocas que quedan con el escudo anterior al que se usa desde el año 1967. Foto: Sagrario Sánchez

Antigua placa de la calle Maestro Bretón. Una de las pocas que quedan con el escudo anterior al que se usa desde el año 1967.
Foto: Sagrario Sánchez

Ya Juan Francisco Gascón, en su estudio sobre Getafe publicado en el año 1890, apuntaba “… podemos asegurar que Getafe tiene el escudo de armas que acompañamos, exactamente igual al de la histórica villa de Pinto” y añadía “El escudo o blasón de que nos referimos, como verán nuestros lectores en el grabado que se acompaña, representa el mundo y en el centro un punto; queriendo significar con esta alegoría que aquel punto es el centro de España, y de aquí el haber dado el nombre de Punto a la población más inmediata al indicado centro, y que por corruptela se llama hoy Pinto”.

Curiosamente, al contrario de lo que indica, la imagen del citado escudo no aparece en la mencionada publicación sobre Getafe. En cambio, sí la hemos encontrado en el estudio que, sobre la geografía y topografía médica de Getafe, realizaron los doctores D. José Sanchez-Morate y D. Lorenzo Azofra en el año 1947.

Foto: imagen del antiguo escudo de Getafe. Publicado en Geografía y Topografía Médica de Getafe de D. José Sánchez-Morate y Martín y D. Lorenzo Azofra Cervera. Premiada por la Real Academia Nacional de medicina, curso 1946-47. Premio García Roel. Madrid, Cosano Imp., 1947.

Foto: imagen del antiguo escudo de Getafe. Publicado en Geografía y Topografía Médica de Getafe de D. José Sánchez-Morate y Martín y D. Lorenzo Azofra Cervera. Premiada por la Real Academia Nacional de medicina, curso 1946-47. Premio García Roel. Madrid, Cosano Imp., 1947.

La imagen que aparece en esta publicación se asemeja bastante a la de la placa de la calle Maestro Bretón pero no coincide plenamente lo cual genera algunas dudas ¿era esta la forma de representar aquel escudo?, ¿hubo un escudo intermedio entre aquel que generó disputas y el actual? Es este un tema que despierta curiosidad y que seguro tendrá una segunda parte cuando encontremos las respuestas. De momento ahí dejamos los datos, cualquier nueva aportación será bien recibida.

Como muestra de lo que podemos encontrar en Internet sobre a quién corresponde el “honor” de ser el centro peninsular, enlazamos este interesante artículo de Mario Coronas en el que, entre otros datos, se habla del litigio que terminó en los tribunales de justicia.

En el artículo se indica “La disputa por la centralidad peninsular llevó a la localidad de Getafe a utilizar el mismo escudo heráldico que utilizaba Pinto. Desde 1948 a 1952 ambas localidades mantuvieron una encendida correspondencia por ese motivo. Finalmente, el Ayuntamiento de Pinto llevó ante la Justicia esta discordia y el tribunal le dio la razón. El regidor pinteño llegó a solicitar al regidor getafense «en aras de la justicia y de la buena vecindad», que dejara de utilizar el escudo de Pinto, indicándole la conveniencia de que adoptara un escudo propio. El municipio de Getafe se vio obligado a estrenar su actual escudo en 1967”.

No queremos terminar este artículo sin anotar una nueva curiosidad. Después del litigio entre Pinto y Getafe, y una vez que los tribunales dieron la razón a nuestros vecinos pinteños, el ministro de la gobernación Camilo Alonso Vega firmaba el Decreto 830/1967 por el que con fecha 6 de abril “se autoriza al Ayuntamiento de Getafe, de la provincia de Madrid, para adoptar su escudo heráldico municipal”. La curiosidad que queremos mencionar es que dicho escudo se debe a los bocetos realizados por Jesús Martínez Contreras, dichos bocetos, consultados con expertos en heráldica, darían como resultado el escudo aprobado en 1967.

Foto: escudo de Getafe aprobado en 1967 y realizado a partir de los bocetos de Jesús Martínez Contreras.  Imagen publicada en De Alarnes a Getafe de Martín Sánchez González. Ayuntamiento de Getafe, 1989.

Foto: escudo de Getafe aprobado en 1967 y realizado a partir de los bocetos de Jesús Martínez Contreras. Imagen publicada en De Alarnes a Getafe de Martín Sánchez González. Ayuntamiento de Getafe, 1989.

Posiblemente a más de un lector, el nombre de Jesús Martínez Contreras no le suene de nada pero, si añadimos que fue el propietario de la recordada Pastelería Izquierdo, seguramente ya sabréis de quien estamos hablando. Getafe le debe a este insigne personaje más de una de las tradiciones que han llegado hasta nuestros días pero eso será un trabajo para una próxima entrada.

 

Texto: Amalia Pascual