2 comentarios

Memorias de la Alhóndiga, Pedro M. Tielve Cedillo. En el amanecer de la vida, IV, final.

 

Llegamos al final del relato de Pedro Manuel Tielve y nos da un poco de pena porque ha sido una delicia rememorar tiempos pasados en un relato en el que muchos nos hemos visto reflejados. Estamos seguros que más de uno habrá recordado anécdotas e historias que andaban dormidas en el fondo del la memoria. Desde aquí os invitamos a compartirlas al igual que ha hecho Pedro.

 

Por la Alhóndiga, y el resto de Getafe, ya no se ven, o escasamente, oficios como: El lanero, que mullía la lana de los colchones; El lañador, que arreglaba pucheros, cacerolas, paraguas; El lechero, con sus cántaros de cinc; El churrero, con su cesto de mimbre; El «torraero», que vendía garbanzos «tostaos»; El mielero, que vendía miel; El cacharrero, que vendía botijos, pucheros, etc. En Getafe, también había carbonerías, donde se compraba carbón, para el horno y picón para el brasero. Tenían las paredes ennegrecidas, a causa de la mercancía que vendían. Recuerdo una en la calle Toledo.

En la imagen los hermanos Tielve: Jesús, Araceli, Clarita, Fernando, Rafael, Práxedes y Pedro en la casa de la calle Eugenio Serrano. Año 1969 Foto: Archivo Pedro Manuel Tielve Cedillo

En la imagen los hermanos Tielve: Jesús, Araceli, Clarita, Fernando, Rafael, Práxedes y Pedro en la casa de la calle Eugenio Serrano. Año 1969
Foto: Archivo Pedro Manuel Tielve Cedillo

 ¿Cómo nos divertíamos los chicos por aquel entonces? Entonces, como hoy, se jugaba al futbol, las canicas, las chapas, etc; Con una rama en «Y» y una goma de bicicleta se podía construir un tirachinas; con las pinzas de la ropa se construían pistolas; Coleccionábamos nuestro ejército de «americanos e indios» con juguetes que comprábamos en «ka» la señora Pepa; Coleccionábamos los cromos de «Ben-Hur», «El Cid», que venían en las tabletas de chocolate, «La Campana de El Gorriaga», «Clavileño»; En los años sesenta, en la Alhóndiga, no se vendían petardos, o yo no lo recuerdo. Pero sí se vendían pastillas de clorato de potasio y polvos de azufre. Las pastillas se molían y se mezclaban con el azufre, se ponían entre dos pedernales, y al golpear un pedernal, explotaba la mezcla. La gracia estaba en molestar, como ocurre hoy día con los petardos. Esta misma finalidad, la cumplía la piedra de carburo, metida en un bote, y ligeramente humedecida. La presión que se producía dentro del bote, hacía que el bote saliera disparado. Esto entrañaba un cierto peligro.

Hay muchos usos y costumbres que han desaparecido: ya no se funden los plomos, ni hay que poner un hilo de cobre; No se funden las lámparas de la tele, porque no las tiene; Ya no hace falta refrescar el vino y la gaseosa (Casera, Revoltosa, Pitusa), en el pozo o la fresquera, porque tenemos frigorífico; Las amas de casa, a Dios gracias, no necesitan fregar los suelos con bayeta; La ropa no es necesario lavarla a mano, con la tabla de madera, que para eso está la lavadora.

De niño, gran parte del verano lo pasaba en el pueblo de mis abuelos, Cabañas de la Sagra, (Toledo). Mi abuelo, tratante de mulas, tenía un borriquito que se sabía de memoria el camino a casa.    A la hora de la siesta y bajo un sol de justicia, tras hacer sonar el cornetín, se escuchaba al alguacil pregonar: «De parte del señor alcalde, se hace saber…». El alguacil, que a la sazón era tío de mi amigo Jorge, estaba curtido por el sol.

En la Alhóndiga, como en el pueblo, en los días que hacía buen tiempo, salían las vecinas y vecinos, con sus sillas, a la puerta de la calle. Allí charlaban al fresco hasta las diez o las once de la noche.En el pueblo esto, rara vez se ve en la actualidad, en la Alhóndiga esta costumbre murió con los viejitos.

Un buen día, recibimos en mi casa la grata sorpresa, de que nos habían tocado veinticinco mil pts. Esto ocurrió a mediados de 1.969. El premio, no era producto del juego de azar, sino de una sociedad a la que habían apuntado mis padres a mi hermana Clara María, que había nacido el año anterior. Dos representantes de dicha sociedad, cuyo nombre ignoro, aparecen en la fotografía que se tomó en el pequeño comedor de la vivienda. La casa donde vivíamos, propiedad de mis abuelos, era muy pequeña. Tenía un servicio muy chiquitito en el patio, comedor y dos dormitorios.Por esta razón, mis padres dieron una entrada, a un piso de los que construía Carrillo, en la calle Pizarro.Y este fue el motivo por el cual, a finales de 1.969, abandonamos el barrio. Ni que decir tiene, que esto me produjo un pellizco en la fibra sensible, pues dejaba recuerdos y amigos.

La familia Tielve Cedillo en una foto que todos soñamos más de una vez. Posar junto a un montón de "billetes verdes". Gracias a esas 25... pesetas pudieron comprar un piso más amplio y cómodo para la familia. Foto: Archivo Pedro Manuel Tielve Cedillo

La familia Tielve Cedillo en una foto que todos soñamos más de una vez. Posar junto a un montón de «billetes verdes». Gracias a esas 25… pesetas pudieron comprar un piso más amplio y cómodo para la familia.
Foto: Archivo Pedro Manuel Tielve Cedillo

Hay muchas otras anécdotas, impresiones y vivencias, que pasé en la Alhóndiga, en aquellos años de la niñez. Pero sería un trabajo, quizá tedioso de escribir y aburrido de leer. En pintura, es preferible una pintura fresca, espontánea, a un cuadro demasiado retocado.¿Recuerdan el poema, «Aquel Getafe entrañable, que se nos fue con los años…», de Víctor Manuel Muñoz Moreno.? Allí, su autor, nos describe de manera poética, como los carros, cargados de «oloroso heno», iban dejando a su paso, briznas en el aire, «como átomos dorados». La memoria es algo así, como «átomos dorados», que guardamos cual tesoro. Porque los malos momentos, tendemos a olvidarlos. Esta historia de recuerdos, ha pretendido, ser eso, una historia contada, con «pinceladas sueltas» de recuerdos, que sean como «oloroso heno».

En el barrio de la Alhóndiga, pasé la niñez, según dicen, la etapa más feliz de la vida. Por eso le tengo especial cariño, y por eso le dedico esta letra de Gardel: «Barrio, barrio, que tenés el alma inquieta de un gorrión sentimental. Penas, ruego, es todo el barrio malevo melodía de arrabal. Viejo barrio, perdona si al evocarte se me pianta un lagrimón, que al rodar en tu empedrao, es un beso prolongao, que te da mi corazón”.

Pedro M. Tielve Cedillo.

Getafe, 30 de Diciembre de 2.013.

2 comentarios el “Memorias de la Alhóndiga, Pedro M. Tielve Cedillo. En el amanecer de la vida, IV, final.

  1. Que bonito primo..,,,besos

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: