La familia Morillas Jiménez llega a Getafe procedente de Purullena, Granada, en el año 1968. Se instalan en La Alhóndiga y es en este barrio donde los hermanos juegan, crecen, estudian… y van atesorando vivencias que les marcan significativamente.
Con esta entrada, Antonio Morillas, comienza a contarnos sus recuerdos de aquella época. Unos recuerdos llenos de detalles que nos van a ayudar a recordar retazos de nuestra historia que estaban olvidados por la mayoría de nosotros y que los jóvenes van a descubrir.
Agradecemos enormemente a Antonio el que haya compartido con nosotros esta parte de su memorias de la Alhóndiga.
Navidad del 68
En la Navidad del 68 llegamos a Getafe procedentes de Granada y fuimos a parar a la calle Fennando Guaddachiva, teintaiuno, dedecho pa’llá, como decía mi hermano pequeño cuando alguien le preguntaba dónde vivía, a un piso pequeño lleno de goteras en el que nos juntábamos siete personas. En el pueblo dar la dirección era más simple: vivíamos en la calle Real y no había números: “tapao con barro”, decíamos si alguien preguntaba. Los siete miembros de la familia llegamos a bordo de un camión, con los trastos imprescindibles y las orzas de la reciente matanza llenas: un par de marranos hechos tocino, chorizos y morcillas, aparte de los huesos correspondientes, que aviaban a una familia para una larga temporada. Y la llegada fue triste porque habíamos dejado una vez más el pueblo para aventurarnos en un lugar desconocido, en nada parecido al de procedencia, otro paisaje con otras gentes y otras costumbres. Una de mis hermanas, de dos años, se sentó en la acera a llorar: “Yo me quiero ir a Purullena porque aquí no hay tranco de la tita Toñica” –vivíamos en una segunda planta-, y otro hermano, cinco años, la consolaba. Éramos pequeños y ya empezábamos a conocer los rigores del invierno de los exilios.

Purullena, Granada, año 1964. Los hermanos Morillas Jiménez cuatro años antes de emigrar a Getafe. Cuando llegaron a La Alhóndiga, en 1968, la familia había aumentado en dos miembros más.
Foto: archivo Antonio Morillas.
Los mayores fuimos al colegio con el curso iniciado, al Sagrado Corazón, cerca del Ayuntamiento y llegar hasta allí nos suponía una larga caminata porque en nuestro barrio no había todavía colegios, aunque lo estaban construyendo en lo que después se llamaría la calle Alonso de Mendoza y una de cuyas aceras estaría ocupada por los patios de los colegios y de los dos edificios que lo compondrían. Años después supe de la historia de este colegio porque mi padre, y yo mismo cuando tuve edad, entramos a trabajar en la empresa que construía y vendía los pisos que se hicieron en paralelo a los entonces denominados “de Neveras”.
La empresa que construyó las viviendas de la urbanización, que entonces se llamaba Colonia Virgen de Fátima, había pedido licencia para construir tres torres en los bordes que lindaban con la calle Estudiantes. La urbanización tenía los límites en la actual calle Cisne, hasta Estudiantes y la actual calle Béjar. En aquel entonces no había nombres de calles y los bloques de esta empresa se identificaban por números: los de la calle Cisne, Tórtola y Perdiz, eran los números 54 al 58, calle Oca, 31 y 32; el 33 tenía entrada por Alonso de Mendoza, y el 34, por la calle Béjar; calle Colibrí y Almagro 41 y 42, y las torres serían las números 11, 12 y 13, también denominadas Navarra, Granada y Toledo, respectivamente, en honor al lugar de procedencia de los gerifaltes de la empresa. En un principio, el Ayuntamiento concedió autorización para levantar nueve plantas en las torres, con el compromiso de la empresa de construir los dos edificios del que sería el futuro colegio del barrio. Cuando ya estaban finalizadas las estructuras de los tres edificios, tabicadas las diferentes viviendas, y los colegios hechos, los entonces regidores municipales cambiaron de opinión, o se dieron cuenta de que no se podían construir en la zona nueve plantas, y revocaron la autorización, pero no obligaron a que se demoliesen las dos plantas sobrantes. Estamos hablando de principios de los 70. Pasados unos años, alguien de la empresa compró a un precio irrisorio las 48 viviendas que no se podían vender, pagándolas además en cómodos plazos, y, transcurrido un tiempo prudencial, consiguió que se legalizaran y las vendió más o menos al triple de lo que le costaron a él. Ahora hablamos de principios de los 80. El ladrillo ha sido siempre así de voraz y de caprichoso, y en aquella época sin controles más que nunca a pesar de que ahora los desmemoriados se nieguen a aceptar que aquella época fue mucho peor la mires por dónde la mires.
Continuara…
Antonio Morillas Jiménez, mayo 2014.
Antonio me alegra leerte, tu familia nacida y emigrante de Purullena y mi madre y familianacida en Benalúa de Guadix y emigrante a Pinto.
Mi tio casado con Ana hermana de mi madre, era de Puruñena, se llamaba Manuel.
Me encantaria poder tomar un café contigo en Getafe, ahí tengo amigas compañeras de la Divina Pastora y otra muy querida. Suelo ir por lo menos 1 ó 2 veces al mes. Un saludo.